Gelatina de pescado_

Click aquí para escuchar

Llhlhlhlhlhlh.

El sonido es parte de la experiencia. 

Llhlhlhlhlhlh.

El sonido que crea el animal mientras es succionado por mi boca.

Apoyo la concha sobre mis dientes inferiores, posiciono mi boca en forma de beso y con el dedo lo empujo para que inicie su viaje. El tacto es parte de la experiencia.

La gelatina resbala sobre el nácar y entra a mí como una sorpresa que llega por primera vez.

 

Sabe a mar. Pero también a tierra.
Lo escurridizo de su piel. Lo semiduro de su callo. La sal que no termina de ser solo sal.

Y es inequívoco: aquí me siento vivo.  

 

La primera primera vez fue antes de tener lenguaje para nombrar y calificar la experiencia. Probablemente me abrumé con un sabor único de entre todos los que uno prueba, pero la mueca de mi padre me hizo saber que abrumarse de esta forma es en definitiva una experiencia placentera. Un lujo que padre e hijo se regalan al borde del mar, sobre una roca cualquiera, observando al pescador que abre la siguiente docena. La vista es parte de la experiencia.

Lhlhlhlhlhlh.

 

Esta escena se repitió tantas veces que se volvió un ritual que nunca se nombró como tal. El cuerpo aprendió a registrar esos destellos de placer, de familiaridad con lo extraño, de familiaridad con lo escaso, de familiaridad con lo privado entre uno y su concha, entre uno y su padre, entre uno y el tiempo. Esto me hacía sentir, me hace sentir, que me aleja y me acerca  a los demás mortales.

Ni los que los comen, ni los que se retuercen nada más de imaginarse comiéndolos, podemos entender como una bocanada de mar rancio, una gelatina de pescado adormilado, puedan traer tanta alegría.

 

Ahora me siento abrumado, como cuando los como. Exploto con ideas sobre como estos moluscos han cambiado mi vida, no al darle dirección, pero sí anclas de presencia, que son más importantes. Y me cuesta trabajo contener mi emoción.

Pero pauso.

Porque si algo me han enseñado estos seres es que cada uno se tiene que saborear como si fuera el último, como si fuera el primero.

Tal vez este escrito, cualquier escrito, aunque salgan docenas más, se trata también de lo mismo.

 

Ahora, lector, lectora querida, tienes la oportunidad de masticar conmigo. No para llegar a algo y que pases a la siguiente cosa, a las docenas de pendientes que tienes y tendrás, sino para estar aquí, como si fuera la última, como si fuera la primera.

Lhlhlhlhlhlh.

 

Las he comido en Nueva York, en Sidney, en París. Ahora, a diferencia de ayer, las encuentro en cualquier ciudad. Porque crecí lejos del mar y todo se trataba de esperar un año para poder volver a la orilla y comerlos frescos y salvajes.

Y aunque hoy ya están en todas partes, o en bastantes, me gusta esperarme también. Y en vez de esperarme a la ocasión especial para ordenarlos, ordenarlos se ha vuelto la ocasión especial.

Como hoy, que escribir, y tú leer, hace de este momento una ocasión especial. La última, la primera.

 

Hay un buscador de perlas que no sabe nadar.
No importa.
Las perlas le son entregadas en la orilla del mar.

- RUMI

 

Estoy tan presente en este segundo que ha perdido importancia narrar los detalles de cómo estos animalejos han cambiado y definido mi vida. Tengo años de notas acumuladas en mi cuaderno con anécdotas, aprendizajes y reflexiones. Las fotos de comida que más prevalecen en mis rollos, son de estas conchas brillantes. Pero ahora, precisamente, siento que las anécdotas, aprendizajes y reflexiones me están llevando a experienciar lo que estos amigos me recuerdan cada vez que los como: el presente no se piensa. Tratar de hacerlo, es perderlo.

Por eso el mar rancio es tragable. Porque no es la cabeza quién decide.

 

Los 250 millones de años de esta especie transmiten su sabiduría no en palabras sino en sabores y consistencias al morder: siempre se trata de regresar al cuerpo, al presente. En su brevedad, en la nuestra, vivimos dentro de nuestra minúscula concha y somos reyes del universo. No por gobernarlo, sino porque elegimos sentir y morir tragados a la merced de las mareas.

No hay mayor homenaje a estos seres que hacerles ver que son parte de mí. No tanto de la narrativa de mi vida, testigos y creadores de tantos momentos inigualables, sino del mí que está vivo, del que se siente vivo. Me siento vivo. Soy vida. ¡Vida!

Este texto es un ostión. Nunca el recuento de la experiencia, sino la experiencia misma.

 

Lhlhlhlhlhlh.

 

Lhlhlhlhlhlh.

 

Lhlhlhlhlhlh.

 

 

 

 

Victor Saadia