1,000 y una

Cuando estoy viviéndolo, no tengo duda: este es el mejor momento de mi día. Y de mi vida.
Mis niñas recién bañadas, enfundadas en sus pijamas miniatura, acurrucadas sobre mí para que les cuente un cuento antes de dormir.
La luz es tenue, el calorcito va en aumento, el aroma de su shampoo huele a la esencia del mundo y sus ojos bien abiertos para no perderse nada.
Un milagro que se consuma al mezclar la carne, los huesos y las palabras.

Aún no les cuento la historia de Sherezada, que, para evitar que la mataran, contaba largos cuentos al sultán y los hacía durar hasta el alba para que le concedieran otra noche de vida.
No se los he contado, pero eso es justo lo que estoy haciendo: cuento cuentos “para que se duerman”, aunque en realidad es para que todos sigamos despertando.  

Grandes personajes hemos creado juntos, de algunos nos acordamos, otros se confunden con los sueños que cada quien tiene en privado cada noche.

⁃                El pirata Calacarta que vive en Egipto y su proyecto es conocer todos los delfines del mundo, desde los lejanos rosados del Amazonas, hasta los azules de Nueva Zelanda. Su barco lo lleva a todas partes y con unas bocinas gigantes invoca a los delfines para unirse a su viaje y regresar por el Río Nilo a conocer a su familia.

⁃                El tigre Samuel que se empeña por explorar las cosas que hacen los humanos, desde aprender a esquiar en agua en los lagos de la sabana, hasta llegar a las montañas de Canadá y descender las doble diamante en nieve. Éll hace sus propias chamarras y sus propios esquís porque en las tiendas de los humanos no venden para tigres. El Ski School lo comparte con otros venticuatro humanos y aprende a frenar en pizza antes de subir a lo alto de la montaña y seguir al guía en zigzag hasta abajo. Su siguiente aventura será aprender a bucear y ya está construyendo su propio chaleco y su regulador de oxígeno porque tampoco en las tiendas de buceo hay aditamentos para mamíferos de cuatro extremidades y mandíbulas extra-extra-large.

⁃                El elefante (que ahora no recuerdo su nombre) que quería escuchar música con audífonos, pero su papá, un importante elefante de negocios que viaja por todo el mundo, no le encuentra unos audífonos lo suficientemente grandes. Busca en los grandes almacenes de Los Ángeles, de China, hasta en las tiendas online, pero los audífonos son insuficientes para las orejas de su hijo. Entonces deciden comprar las partes y armarlos ellos mismos. Al poco tiempo, abren la primer fábrica de audífonos para elefantes y los mandan a Los Ángeles y a China donde, nadie se había dado cuenta, hay una enorme cantidad de elefantes que quieren escuchar sus playlists de maneras más privadas.

⁃                El delfín que quería probar las hamburguesas que despedían aromas deliciosos en las playas donde él vivía. ¿Cómo hacerse amigo de los humanos para que le compartan? Solo pedirles: “hola, soy Daniel, puedo probar una de tus hamburguesas?”. No hay como comer hamburguesas con nuevos amigos y luego dejarte llevar sobre su aleta en el mar. Terminas muy cansado y regresas a la playa para dormirte por que ya no tienes más expectativas para tu día.

⁃                Los gorilas de África que construyen un teatro de forma regenerativa. No talan árboles, solo toman los que ya están caídos y entre los arquitectos, los constructores, y los bailarines, construyen el escenario para todos los shows que quieren dar. El chiste de este cuento es que los gorilas cada vez encuentran troncos más grandes, primero de cinco metros, luego de diez, luego quince, y así aprendemos a sumar de cinco en cinco. O no aprendemos, solo nos gusta contar y seguir explorando la selva.

⁃                El mamut que se baña en una alberca de blueberries para pintarse de azul y hacerles una broma a sus amigos.

Cuentos sin sentido y con todo el sentido del mundo. Cuentos en los que a veces hay que esforzarse para generar tensión sin usar a los malos o poner a alguien en contra de tu proyecto, ya sea humano o animal. Poco a poco ir tejiendo tramas de diferencia de género, de bullying, de educación sexual, o no. Porque en realidad yo también me voy durmiendo un poco, el cuento me arrulla, me olvido de la agenda y entro al flow del subconsciente: los nombres de personas que aparecen, los escenarios a donde quiero ir, los que he ido, los que sueño que son posibles. Así sale mi verdadera filosofía. Mi filosofía de no tener filosofías, mi filosofía de querer salir de todas las filosofías. Como se entra y se sale de cuentos sin sentido y con todo el sentido del mundo.

Algún día les contaré el cuento de un padre que cuenta cuentos a sus hijas. Es la historia de un padre que no se imaginaba lo que era tener hijos. No se imaginaba que sus ojos se podían derretir, literalmente desvanecerse, al ver a una de sus hijas dibujar un arcoíris, que sus oídos podían oír el oum del universo al escuchar a su pequeña decir Apapulco, que su voz se quebraba cuando se quedaban dormidas en la tranquilidad de la noche, y que luego se quedaba callado porque no sabía hacia dónde llevar sus cuentos. Y entonces siempre decía:

⁃                ¿Y qué creen que pasó?

⁃                ¡¿Qué?!

En ese momento, los ojos de sus hijas se abrían más grande que la habitación. Su respiración se detenía en expectativa pura. Y en ese silencio, en esa pausa de microsegundos, la eternidad los envolvía.  

La pausa duraba 1,000 y una noches. La vida se les concedía. Y nadie tenía miedo al alba.

Victor Saadia