Humus_

 
 

Hace unas semanas tuve en mi mano un puñado de humus.  

Wikipedia lo describe así:

El humus es la sustancia compuesta por ciertos productos orgánicos de naturaleza coloidal, que proviene de la descomposición de los restos orgánicos por organismos y microorganismos descomponedores (como hongos y bacterias). Se caracteriza por su color negruzco debido a la gran cantidad de carbono que contiene. Se encuentra principalmente en las partes altas de los suelos con actividad orgánica.

Leer esta descripción es como tener un puñado de tierra en la mano. OK, ya entendí, ahora déjame sacudirme y seguir adelante con mi día.

Pero esta vez no tenía forma de continuar con mi día.
Porque tenía un puñado de tierra en la mano y al doctor Dieter le Noir contándome lo que ahí sucedía.  

Esta tierra que tienes en tus manos es tierra viva. El humus es la capa que permite que se desdoble la creatividad biológica, es el sustrato totipotencial de nuestra existencia.

En una cucharada de tierra hay un universo enorme. Ahí viven ocho mil millones de bacterias, más que los humanos que hay en la Tierra. Nosotros conocemos una que otra cepa, tal vez entre el 3 y 5%, y solo las conocemos por nombre taxonómico, es decir, su nombre en latín y su lugar en la tabla de categorías. Pero no las conocemos por su función, tampoco por su interrelación o su simbiosis. Les dimos un nombre, pero no nos sabemos sus canciones.

Hemos llegado a tal nivel de darwinismo, que pensamos que solo el fuerte sobrevive. Pensamos que hay mutación intergeneracional y ahí se acabó el cuento. Pero olvidamos que el suelo es el que genera la posibilidad evolutiva.  Aquí, en tu mano, es donde todavía se encuentra la memoria primordial de las primeras células de nuestra existencia. Este gran milagro en el que ya nadie repara, de un tiempo en el que en la Tierra solo había minerales y entonces apareció la primera chispa de vida y de ahí, de ese pequeño big bang, se desdobló toda la diversidad que conocemos. Tus ojos, tus oídos, estas notas de mi voz que entran a la tuya.

Mi mano tiembla y yo escucho.

El humus estabiliza los procesos de fermentación y descomposición. La tierra se forma a través de materia orgánica y esta materia nutre el humus. Imposible imaginarnos todo ese universo infinito de hongos, bacterias y virus.

Entonces, cuando la planta llega a su fin (o al menos el fin como lo hemos definido los humanos), cuando pasó toda su vida sacando nutrientes del subsuelo y de la luz, ahora le toca retornar su materia orgánica a la tierra, y toda ella es transformada en vida.

Por eso Goethe dice: “La muerte es la obra maestra para generar vida”. “No es una obra, es La Obra”, me dice Dieter con sus ojos azules bien abiertos, y yo, en estos momentos estoy y no estoy aquí. Tal vez mi muerte no es mi muerte.

Entonces, cuando decae este materia de luz condensada, hay un ejército que lo sabe decodificar y re-ordenar, no nada más para alimentarse, sino para aumentar el nivel del humus, este bello sustrato que yo he llamado “el pecho materno de toda la existencia” y que ahora tú sostienes esa abundancia en tu mano.

Y luego llega la lombriz, querido Víctor.
Aristóteles le llamaba el intestino de la tierra, “la gran alquimista”, porque es capaz de tomar una molécula de calcio y regresar cinco, asir una de nitrógeno y regresar siete.
¿Cuándo fue la última vez que alquemicé algo así en mi vida?

Entre mayor diversidad biológica -sin que se are la tierra y se rompa con tractores, químicos y pesticidas-, la tierra va generando este cúmulo de complejidad, así que para cuando la semilla cae en este sustrato totipotencial, tiene todas las fuerzas salutogénicas de inicio para que no se enferme.

Porque la enfermedad es solo una sugerencia al agricultor. Un susurro al oído de que algo está haciendo mal. (Como la enfermedad, cuando esta le sugiere al paciente que algo está haciendo mal).

Pero lamentablemente vemos la enfermedad como una sugerencia para comprarle a Monsanto químicos para su erradicación y medicamentos para su supuesta curación.

Ven, acompáñame al invernadero.

Y en lo que voy siguiendo sus botas verdes me digo que esto se siente como un ataque de ansiedad, pero de asombro. Voy recontando ideas, conceptos, preguntas, reflexiones, arrepentimientos, esperanzas, algo se me escapa y tengo todo, pero acelero el paso para alcanzar a este alto alemán que conoce esta tierra tal vez mejor de lo que conoce sus propias emociones.

El invernadero, por supuesto, tiene 24 horas de música clásica. Ningún parque botánico a los que he ido, ni en California o Singapur, se le asemeja. Sobretodo porque aquí solo entra la gente que está lista para escuchar un llamado. Es un santuario privado, un altar de rezos al que no se le puede comprar membresías, al que solo entras porque de algún forma tenías que estar aquí.

¿Cuántas especies hay? Pregunto en automático. El me mira como diciendo: ¿sigues empeñado en seguir contando? Tiene razón, días como este puedo mandar a volar a los números y las categorías. La música clásica tiene una profundidad estructural y matemática que solo los maestros comprenden, pero los genios componen más allá de ella. El universo puede estar escrito en matemáticas, pero solo podemos realmente vivirlo cuando los lenguajes se confunden y colapsan.

Esta me la traje de Ceylán. Esta me la regalaron unos amigos de Chipre. Esta hermosura morada, mírala por favor.

De camino al laboratorio vamos hablando de glifosatos, pesticidas, biocapacidad, huellas de consumo y el síndrome de colapso colonial, que es todo lo que está sucediendo con las abejas y los polinizadores. Se están acabando.

Hablamos de diabetes, de cáncer, de auto-inmunes, pero pronto, entre mis tenis y sus botas con lodo, los significados de estas enfermedades dejan de quererse definir igual. ¿Sigues empeñado en entenderlo?  Si Coca-Cola y el gobierno, si los Oxxos que están por todas partes. Si el sistema obesogénico, corrupto, ciego, industrioso e imparable. Si, si, si.
Pero este panorama me quita las ganas de seguir culpando, me quita las ganas de seguirlo explicando con más lenguajes. Somos humus, no homo, no sapiens, no antropos. Solo composta. Y esto no es decir poco.

Ahora pasamos por una pequeña cabaña en medio del bosque: una banca, un escritorio, una cama. Parece el cuarto de Van Gogh. Y no hay baño, bueno sí, todo lo que está afuera. Y la regadera es el río.

Aquí viví 16 años, querido Víctor.

Todos podemos decir que nuestros doctores vivieron 10 años en hospitales aprendiendo y practicando la medicina.
¿Quién puede decir que su doctor vivió 16 años solo en una cabina en medio del bosque?

Este Zach Bush mexicano, este Carl Sagan de la eco-medicina, aquí es donde se hizo. Por eso, ahora entiendo, este hombre es medio raro en sus interacciones multitudinarias. Protege su tiempo, energía y silencio.
Por eso nos caímos bien cuando él pensaba que yo era un “influencer” y le dije que no me encantan las redes sociales.

Vivir cerca del río, bañarte en su temperatura, tal vez enseña a escuchar el murmullo del agua en todo lo demás: en el canto de los pájaros, la voz de los hombres, las células miniatura, las políticas públicas, los incentivos empresariales, los racismos sistémicos y sistemáticos. Tal vez, a uno le crece la certeza de que hay una continuidad entre la voz del agua y la voz del hombre, aun cuando nos empeñamos en escucharnos de forma exclusiva y excluyente.

Este médico se convirtió en agricultor y por eso se convirtió en médico.

Ahora nos dirigimos a la cava donde se secan las hierbas y las plantas para hacer medicinas y té. Hablamos de la magia de la permacultura, el biodinamismo, los cultivos orgánicos, la repartición justa, la economía del bien común, el sueldo que en el rancho se paga a la gente, que es tres veces arriba del promedio de la zona.

33 años de transformar esta tierra árida en vida. Para él, sus pacientes y comunidad. Como una lombriz, que a los ojos de los urbanos como yo, está solo, pero a los ojos de esta cuchara de tierra, está todo menos solo.

Tal vez por eso se apellida le Noir, el Negro, como el color del humus totipotencial al que aspiramos y al que volveremos todos.

La palabra permacultura es una contracción de permanent & culture,​ que originalmente se refería a la 'agricultura permanente',​ pero se amplió para significar también 'cultura permanente'. Este cuate no tiene la finalidad de producir más eficiente, lo que quiere es estar vivo. Porque solo hay futuro en una tierra viva, solo hay vida cuando hay personas vivas.

“Solo lo que es fértil, es verdadero”, dice Dieter que dice Goethe.  
Toda cura es una solución musical”, dice Dieter que dice Novalis.

Cuando llegué a casa de este ermitaño hace unas horas, sabía que conocía solo la mitad de este hombre, lo que aparece en redes, lo que nos cuentan de él. La otra mitad estaba en su casa. No podemos conocer a nadie sin conocer su casa. ¿Qué desayuna? ¿Cuáles son sus playlists? ¿Qué hay en sus libreros? ¿Cómo acomoda su ropa? ¿Qué tiene en su mesita de cama? ¿Con quién platica? ¿Cómo hace transferencias en su banca en línea? No podemos conocer a nadie sin conocer su casa, como con nuestros pacientes y a nosotros mismos.

Antes de terminar el recorrido, nos detenemos en un mirador donde se aprecia todo el Rancho. Dieter se sienta en la barda de espaldas a este paraíso regenerador. Ahí hablamos de educación, de activismo, de juntar una masa crítica de gente y de nuevas narrativas para catalizar la transformación. Yo sigo abrumado, queriendo seguir el paso de esta posibilidad que por vez primera siento en mis entrañas como algo real.

Aquí hay muchas oportunidades, me dice, pero regresa a casa y tómate el tiempo para asentar lo vivido.

Él sabe que esto que sucede aquí no es una visita guiada a un parque botánico o una investigación de Wikipedia de la que nos podemos sacudir la tierra.

Cerramos la mañana -o el día o el año o la vida-, con un té en su terraza. El doctor se quita las botas y me mira: ¿Cómo ves, querido Victor?

Yo ya no estoy viendo, estoy soñando. Soñando con no soltar este universo de tierra que tengo en mis manos y que ahora relato para asegurarme de que no es solo un sueño.

 

1998

 
 

2015

 
Victor Saadia