Odio a Tony Robbins_

 
 

La primera vez que lo vi me pareció un charlatán que se aprovechaba del sufrimiento y la desesperación de los demás. Un orador mercenario. Un predicador brasileño de infomerciales que por 9.99 te cambia la vida en un instante.

Cuando vi su documental del 2016 me pareció la estafa perfecta: 2,500 humanos que pagaron $5,000 dólares por pasar cinco días en un auditorio para tener una “cita con su destino”. Eso son doce millones de dólares. Por cinco días de conferencias, aunque solo un conferencista.

El twist estaba en que no era una conferencia de autoayuda, sino que se asemajaba más a un concierto. La producción audiovisual, las pantallas, las cámaras, las máquinas de humo, el playlist. Su fórmula estaba en combinar al productor de los conciertos de Michael Jackson con el que escoge las canciones en las mini-pausas de los estadios de béisbol. Sabe perfecto cuándo poner We Will Rock You o We Are the Champions

Pero algo chocaba al ver esta producción detrás del verdadero sufrimiento humano.
Como la güera brasileña que nació dentro de un culto llamado Hijos de Dios, que, para expresar su amor por Él, tenían que tener sexo con todos los miembros de la comunidad. Desde los 6 años.

Pobre gente desesperada que paga esa cantidad de dinero para escuchar frases baratas, banales y clichés como “tú tienes el poder” y “confronta tus miedos.
Pinche Tony que termina siendo la última oportunidad para la veintena de suicidas que se presentan en promedio a cada uno de sus eventos.

Mejor lo apago y veo algo más.

Algunos años después, sin embargo, me lo volví a topar. El algoritmo de YouTube me puso enfrente un video de 20 minutos que me sacó de la depresión/desesperación en la que llevaba algunos meses. Cuando ningún consejo me servía -cuando cuidaba mi vergüenza de pedirlos, realmente- este video decía algo sencillo pero profundo: Cuida tu cuerpo, cuida tu mente, cuida tu espíritu.

Tus emociones son físicas. Así que levántate y haz ejercicio.

Donde pones tu atención pones tu vida. Así que cuida lo que ves, escuchas y lees.

No hay nada más importante que tu alma. Así que empieza por agradecer.

Tal vez fue su voz grave o su imponente presencia, tal vez su infinita lista de logros y clientes famosos, o sus cifras de negocios que no dejaba de presumir. O tal vez fue la seguridad con la que trasmitía su fórmula y yo ya no tenía fuerzas ni la creída superioridad moral de hace unos años para volverlo a descalificar.

Ok. Vamos a los consejos baratos, banales y clichés.

Todas las mañanas salía de casa y en mi trayecto a la oficina ponía su meditación insignia de 15 minutos. 30 respiraciones rápidas, de preferencia subiendo y bajando las manos como un loco en un gimnasio, y luego, sentir el agradecimiento.
Las primeras veces me sentí como él: un charlatán. O como yo: un débil al que ya no le quedaba nada en su arsenal y se retraía a su coche. Un tonto que creía que cerrar los ojos y agradecer su desayuno o el amor de sus amigos, iba realmente a cambiar las cosas.

La primera regla de la autoayuda es dejar de creer que no la necesitas.
De seguir en esa trayectoria hubiera llegado a los 70 años comportándome como si tuviera todas las respuestas y como si mis sufrimientos llegaran porque el mundo conspira en mi contra. Como los charlatanes.

Mi aversión a ese documental, a todos los Deepak Chopras y Toños Esquincas, y a toda la autoayuda en general, solo venía de mi arrogancia y mi asumida pero incompleta completud.

Si me da rechazo y vergüenza ver a 2,000 personas saltar como locos, no es porque ellos sean almas desesperadas, sino porque todos lo somos. Y al bailar, como en los conciertos, no solo cambias tu neuroquímica, sino que dejas de pensar que todo se trata de ti. Nadie está viendo si bailas bien, nadie está viendo si te sabes la letra. Solo eres tú juzgándote con las modalidades que aprendiste en tu familia y tu cultura. A todos nos falta bailar y brincar.

Pasé un año o dos –todavía lo hago, de hecho-, oyendo a Tom Bilyeu, Jim Rohn, Tony Robbins, Vishen Lakhiani, Wim Hof, Joe Dispenza, David Goggins.

Colecciono frases en una nota en mi celular que se llama: Tony.

No quieres incertidumbre y por eso te quedas dentro de tu zona de confort. Y entonces, nunca vas a crecer.

Tu nivel de éxito rara vez excederá tu nivel de desarrollo personal. El éxito es algo que atraes por la persona en la que te conviertes.

Pensaba que las circunstancias son las que reinaban la vida, pero es la filosofía.

Para lograr algo que nunca has logrado, te tienes que convertir en alguien que nunca has sido.

Estas frases todavía me parecen baratas y clichés. Pero ya no banales. Tengo decenas más.

En nuestra cultura despreciamos a los que aspiramos ser. A los ricos, las flacas de Instagram, los coches del vecino. ¿Cómo te vas a convertir en alguien a quien desprecias?

En nuestra cultura, creemos que no debemos pedir ayuda.
Como si de verdad estuviéramos aquí por nuestras propias pistolas.

En nuestra cultura, nadie te enseña lo que hay detrás de su éxito. Vivimos en sesgo de naturalidad, como si un día, de la nada, aparecieran los exitosos hasta arriba de la montaña.

En nuestra cultura, se trata de llegar hasta arriba. Pero esto nos confunde aún más.

Porque después de décadas de ayudar a la gente a llegar hasta arriba, o de consultar a gente que ya llegó, Tony comparte que casi todos se dan cuenta que, en el cofre prometido al final del camino, no hay nada.

Success without fulfillment is the ultimate failure.

Nos pasamos la vida subiendo escaleras recargadas en paredes, pero nunca nos preguntamos cuál es la pared que queremos subir.

No puedo evitar sentirme un poco avergonzado por escribir este texto un tanto barato, banal y cliché. Pero de eso se trata. Eso me enseñó el maestro a quien nunca he conocido.

Y justo porque ya me amo a mí mismo, ya lo dejé de odiar.

Victor Saadia